Ubícate, causita: Lima, moderna y cosmopolita ciudad de castas / Por Arturo Córdova Ramírez.

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El problema en Lima parece ser siempre un problema de comunicación. Nueve millones de habitantes que confunden diariamente sus señas en una ciudad sembrada de rejas visibles e invisibles. Problemas de comunicación.  Porque todo funcionaría perfecto, todo bien, si cada cual ocupara su respectivo lugar. O hablara bien.

Hablar bien.

Entonces, si surge un problema  -vayamos cautos, seamos mesurados-, digamos, si surge un problema de “presunta” discriminación en Lima, la culpa siempre es del otro. Porque el lugar estaba lleno, porque no se le vio o entendió o no se dejó entender bien, porque no tenía su ticket o carnet o no era socio, porque no se dejó ayudar, porque no siguió el proceso-regular-correspondiente (del que conocemos de su existencia luego del acto –con cautela, no nos apresuremos- “discriminatorio”) o por absoluta responsabilidad subalterna, es decir,  del otro que piensa mal, que entiende mal, que reacciona mal o que no sabe hablar.

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Indio de frente taciturna
y de pupilas sin fulgor,
¿qué pensamiento es el que escondes
en tu enigmática expresión?
¿Qué es lo que buscas en tu vida?,
¿qué es lo que imploras a tu Dios?,
¿qué es lo que sueña tu silencio?
—¡Quién sabe, señor!

(José Santos Chocano)

En Lima nadie se definiría de antemano racista, pero las prácticas definen todo. El discurso racista más que una ideología fue (y es) un componente de la vida cotidiana, como lo describía Alberto Flores Galindo. Si bien es cierto que en el transcurso del siglo XX ocurrieron una serie de dinámicas sociales y económicas que han mermado la vigencia de las prácticas racistas en Lima (las migraciones andinas, la liberalización del mercado, la misma dictadura velasquista, el empoderamiento de sectores emergentes, etc.), aún subsiste ese sustrato racista que es herencia tanto de la república aristocrática del siglo XIX-XX, como de la llamada herencia colonial: una sociedad claramente diferenciada entre “naciones” (es decir, razas consideradas originarias –negros, indígenas, blancos) y “castas” (denominación del mestizaje producido por las tres naciones).

La finalidad de esa estratificación de tres naciones era imponer una rígida jerarquía de roles, derechos y deberes que los individuos debían asumir en la sociedad colonial, de acuerdo a su procedencia racial. Por supuesto que en esas jerarquías lo “blanco” adquiere el rango hegemónico: lo blanco es entendido como agente civilizador, sinónimo de pureza y cultura.

En ese contexto el mestizaje es una entidad peligrosa: perturba el orden colonial, el mestizo no pertenece a ninguna nación y por ende su presencia es ambigua y peligrosa. De ahí que las primeras representaciones sobre lo mestizo en el Perú estén impregnadas de definiciones denigrantes y negativas: el mestizo es un ser contrahecho y compuesto, heredero de vicios y defectos morales, producto de una relación desigual y violenta.

La reacción que tienen las élites coloniales para poder establecer un orden jerárquico ante el incremento de la población mestiza en el Perú fue el sistema de castas. Durante el siglo XVIII, tanto en el virreinato del Perú como en el de México, aparece en documentos literarios y jurídicos una nueva clasificación “de los nuevos frutos que trae el mestizaje entre las razas blanca, negra e indígena y sus derivados”. Castas. La idea de fondo es la misma: discriminar, dividir, impedir el surgimiento de una cohesión social, de una identidad colectiva. Con el sistema de castas se intentaba fijar una sociedad “ideal” donde cada persona ocupaba su lugar. Así mismo, se establecían reglas para que en ese laberinto de mezclas y derivados raciales, los sujetos puedan tener una mejora de su estatus. Claro está que la mejoría social y racial estaba determinada por lo blanco: el “blanqueamiento” de las castas era el único camino a seguir para escapar de ese laberinto de “gente de baja esfera” o de “ínfima plebe” (Juan Carlos Estenssoro).

La efectividad de este sistema ha impregnado fuertemente las relaciones en toda nuestra sociedad. Hasta el día de hoy vemos, ante evidentes casos de racismo, justificaciones del tipo: “cada cual debe ocupar su lugar”. Por eso en algunos clubes aún hay baños para amas y en los nuevos y muy modernos y cosmopolitas departamentos de la liberal Lima, se establecen diminutos cuartos de servicio para sirvientas con bañito propio. Y hay quienes –en un arrebato de irreflexivo cinismo- justifican esa división «por una cuestión de higiene».

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“el chico este no hablaba muy bien el español, entonces como es provinciano […] el chico es bien tímido, como un provinciano pues […], el chico no sabía ni hablar”

(Alejandro Figueroa, administrador de UVK Larcomar)

Lo ocurrido recientemente en el caso de Larcomar y del cine UVK confirma esa lamentable vigencia del discurso racista en el Perú. Porque lo primero que hay que reconocer es que la efectividad de la ideología racista es que se encarna, se convierte en práctica y regla social, por más que busquemos justificaciones de todo tipo para decir que no hay racismo. Paradoja eficaz: existe pero no lo vemos, no lo vemos, no lo queremos ver… las palabras del administrador revelan un viejo prejuicio –muy presente en la literatura, en la prensa, en los medios, en el imaginario colectivo de nuestro país: el “provinciano” (eufemismo de indio) no sabe hablar, que vale decir, no habla español. El quechua subvaluado como idioma, el indio convertido por ende en un ser enigmático, una presencia opaca o infantil. Indígena infantilizado, no habla, es como un niño: tutelaje patronal con brisa de postmoderno malecón miraflorino.

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“Larcomar es un lugar muy cosmopolita, todos los días los turistas invitan a los chicos que están arriba vendiendo flores o que están vendiendo caramelos, al cine… y no hay ningún problema”

(Patricia Milton, gerente de Marketing de UVK Larcomar)

La versión cosmopolita y pluricultural de Lima es escisiva. Se es cosmopolita, moderno y liberal para afuera, para el mundo; mientras que se mantienen los viejos prejuicios y prestigios, la estratificación racial “imaginaria”, hacia adentro. En ese sentido el término raza es un significante complejo, pero siempre dinámico y VACÍO: estamos orgullosos de nuestro pasado inca, de nuestra sociedad pluricultural y diversa, fijamos entonces una posición IDEAL; pero también fijamos una posición REAL, en nuestro contacto cotidiano, de acuerdo a sutiles y arbitrarias estrategias para reconocer apariencias o gamas de color de piel y relacionarlos con conductas sociales. Si surge un conflicto cotidiano, entonces asoman a nuestros labios sentencias determinantes: “cholo tenías que ser”, “serrano o negro de mierda” o «no seas pendejo, qué vas a tener tú entrada». Y otra vez cada cual a su sitio.

El cosmopolitismo de Larcomar, en palabras de la gerente de Marketing de UVK-cines, asocia precariedad económica (ambulantes) con una cuestión racial.  Juntos pero no revueltos, porque EL OTRO ES LO ABYECTO. Julia Kristeva define lo abyecto como “lo que perturba la identidad, sistema y orden. Lo que no respeta bordes, posiciones, reglas”.   Prejuicio y estereotipo permiten definir al otro como abyecto: Por eso, la idea que sugiere sobre Larcomar es: ese otro, solo, aquí, no; acompañado, sí.

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Lima, Lima… la del cerro y la alameda, la del verde malecón y del cemento apretujando a los peatones, la de la cajita feliz y del higadito con yuca a sol cincuenta, la del concierto de neo-chicha o de la feria gastronómica. Lima es para todos, todos son bienvenidos en Lima, pero a veces, también, como una intromisión de otra dimensión, esos muros invisibles se materializan mostrando ese horrendo y violento rostro del que aún no nos hemos librado.

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Una respuesta a Ubícate, causita: Lima, moderna y cosmopolita ciudad de castas / Por Arturo Córdova Ramírez.

  1. stefany dijo:

    excelente redacción, mientras leía este artículo me acordaba que un día escuché decir a una chica «no … es que los niños que vienen de provincia son pobres, la gente de allá no tiene plata» por un lado, ese allá se ve tan exótico e interesante cuando de cuando en cuando se dan los famosos feriados largos y los limeños alborotados y bulliciosos como ellos solos van en busca de diversión y ese tipo de cosas; pero por otro lado, cuando ellos vuelven a sus casa, ven ese «allá» muy lejano, muy apartado de ellos y hasta hacen esa diferencia mencionando de cuando en cuando «esa gente …». curioso no? si no les gusta lo serrano, pues, lo más lógico sería ser consecuente a sus pensamientos y largarse, total, acá nadie los va a extrañar, es más en las elecciones se podían leer en las redes sociales que si ganaba Ollanta, lo harían no?, o es que están esperando que en el Perú se instaure una especie de venganza o revancha, que se puede ver en EEUU, donde si tu llamas a un afroamericano con cierto tipo de calificativos como: nega, boy, dark, etc te pueden moler a golpes y llegar incluso a matarte; con esto no estoy incitando de ninguna manera a declarale la guerra a los racistas (…), sin embargo si quisiera acotar que según tengo entendido la palabra CHOLO significa perro, en la más fea y cruda expresión; y muy a pesar de que haya hoy en día intelectuales y marketeros que quieran usarla para emancipar la «imagen nacional»; el origen es ese, los españoles trajeron esa palabra, humillaron con esa palabra insultaron y mataron con esa palabra; de verdad quieren segur usandola? lamentablemente la respuesta con más probabilidades sea positiva: lo siento pero, si a mi me dijeran p.u.t.a de diferentes maneras y con distintos tonos e intenciones, sigue siendo lo mismoc… que triste …

    PD: como brillantemente dijo el autor del artículo, algunos serranos como yo, venimos porque hay más variedad de carreras profesionales y aun más cantidad de universidades para elegir, y debido a que en nuestras ciudades natales no encontramos eso, NO NOS QUEDA DE OTRA QUE VENIR, y créanme que no nos hace mucha gracia aquello =P

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